
23 Mar Conocer Los Tiempos Del Caballo Es Esencial Para Su Entrenamiento Y Tener Una Buena Relación
Quieres que tu caballo mejore y esté cada vez en mejor condición física y más predispuesto a estar contigo, a aprender y a la actividad, entonces tienes que estar atento siempre a los tiempos de tu caballo.
En la educación y entrenamiento del caballo es fundamental conocer sus tiempos, es decir cuánto tiempo puede estar un caballo haciendo equis cosa sin agotarse física, mental o anímicamente.
Conocer los tiempos del caballo determina el ritmo y la calidad del aprendizaje del animal. Lo difícil es saber cuáles son esos tiempos, porque no son fijos ni estables ni extrapolables. Dicho en otras palabras, cada caballo tiene un time interno, unos tiempos propios y diferentes a otro, e incluso de un día para otro pueden cambiar en un mismo caballo.
Por ejemplo, un caballo puede estar un día 15 minutos trabajando a la cuerda con buena actitud y predisposición; y otro día no aguantar ni diez. Podría llegar a los 15 minutos e incluso más pero todo ese tiempo extra en lugar de ayudar a mejorar al animal lo que provoca es una resistencia al aprendizaje e incluso un retroceso.
Al igual que las personas, los caballos –y todos los animales- tienen días mejores y peores. No todas las noches descansan igual. No todos los días tienen la misma energía. No todos los días tienen el mismo nivel de concentración… Hay decenas de factores que influyen en el estado físico y mental del caballo. Al igual que te ocurre a ti.
Fíjate que digo tiempos y no tiempo. La razón es que en una misma sesión de trabajo ese tiempo puede variar y cambiar de forma importante e incluso repentina. Es decir, el caballo empieza a trabajar con buena predisposición, pero en un momento determinado se puede saturar ya sea a nivel mental, porque, por ejemplo, no termina de comprender qué se le está pidiendo, o a nivel físico, porque le ha dado un tirón o un calambre.
Es importante que nunca olvides que estás manejando a un ser vivo y que, como tal, nunca está en el mismo estado. Es más, el caballo es un animal eminentemente emocional –su comportamiento puede variar mucho según su estado anímico, el cual es muy influenciable por el entorno que le rodea- .
Dice Delia Daniel, una de las mejores jinetes y domadoras de caballos que conozco, que al caballo hay que “entrenarlo para hacer un esfuerzo y no entrenarlo a base de esfuerzo”. La línea que separa una cosa de la otra es respetar los tiempos del animal.
¿Cómo saber los tiempos del caballo?
Quizá te estés preguntando cómo es posible conocer los tiempos del caballo si pueden variar tanto. La respuesta es sencilla: escuchando al caballo.
Como ya comenté en el anterior artículo, el caballo se está comunicando continuamente. Y, resumiendo mucho, podemos decir que sus mensajes se suelen centrar básicamente en si algo le resulta agradable o no. Quien dice agradable, dice interesante, tolerable, soportable, comprensible…
Si estás atento a sus señales sabrás en cada momento si puedes pedir más o menos, si debes cambiar de actividad o directamente parar. Como dice Lucy Rees, “lo más importante en la educación de un caballo es saber cuándo parar; y también lo más difícil”.
La única forma de saberlo es leyendo al caballo. Digo leyendo porque lo que tienes que ver son los movimientos y los gestos corporales y faciales del animal. Hay señales muy evidentes, que saltan a la vista, como una respiración fatigada o un cambio en la forma de mover y apoyar las extremidades. Éstas suelen estar más relacionadas con el agotamiento físico, aunque no siempre.
Y luego hay señales muy sutiles, casi imperceptibles. A veces son señales más sensitivas que visuales. Es percibir, por ejemplo, en la mirada del caballo un punto de saturación, de agobio, de confusión… De agotamiento mental, en definitiva.
En esos momentos el caballo se siente como cuando tú estás estudiando o intentando resolver un problema y llega un punto en que sientes que tienes que parar porque la cabeza ya no te da más. En ambos casos lo mejor que puedes hacer es dejar lo que estés haciendo durante un tiempo y seguir en otro momento.
El agobio de Paloma
Hace unos días, trabajando con un cliente y su yegua ejercicios de liderazgo y control de movimientos llegó un momento en que el animal se enfrentó al hombre. Se quedaba clavada en el sitio y levantaba las manos. Llevábamos un rato haciendo algunos ejercicios al paso y al trote pie a tierra. La yegua es fuerte y joven, y el trabajo físico que estaba realizando no suponía gran desgaste físico para ella. Pero sí mental.
La yegua comenzó a encararse con el dueño porque se sentía confusa. Su mente estaba saturada debido a que el hombre no controlaba bien las señales que le estaba dando. Daba a la vez indicaciones que se contradecían entre sí, provocando que el animal no tuviera claro qué le estaba pidiendo.
La yegua no podía alejarse del hombre porque estaba trabajando a la cuerda y, al ser un animal de carácter dominante, ante la imposibilidad de huir y el aumento de la confusión, su reacción instintiva fue encararlo.
En ese momento decidí intervenir y quitarle el ramal al dueño para evitar que la situación se pudiera des
controlar. La reacción inmediata de Paloma –así se llama la yegua- fue encararse también conmigo, pero no me dejé impresionar y con calma, suavidad y firmeza le pedí lo que deseaba que “me diera”. Dos segundos después estaba haciendo lo que le había pedido.
Justo en ese momento detuve el ejercicio, observé a Paloma y vi el agotamiento en su mirada. Aflojé mi cuerpo y solté aún más la cuerda. Y acto seguido la yegua se tumbó en la pista delante de mis pies. La dejé estar el tiempo que ella quiso. Y cuando se incorporó la conduje a su cercado. Paloma me seguía como un cachorrito.
Di por finalizada la sesión, aunque mi idea al principio era hacer más ejercicios y que su entrenamiento durara más tiempo, pero entendí que hacer eso era contraproducente porque debido al agotamiento hubiese generado una resistencia al aprendizaje.
Cuando entrenamos y educamos –y esto es válido para animales y personas– es fundamental que nunca perdamos el foco de cuál es nuestro objetivo principal: que el otro aprenda, y alimentar en él el deseo de aprender. Ahí reside el secreto de la buena educación.
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